Salí de casa ese día apurada, la noche anterior olvide colocar el despertador y a la mañana siguiente desperté de milagro producto del ruido citadino del nuevo día. Brinque de la cama, tome un baño veloz, mientras el teléfono sonaba a reventar, era de la oficina, requerían mi presencia inmediata, y yo todavía en paño tratando de seleccionar la ropa que me colocaría.
Tome un conjunto gris, ese que sabía combinar de memoria para no perder mucho tiempo, mientras recogía de la mesa el proyecto en el que había trabajado los últimos meses, el café recién colado caía de la cafetera automática que mis papas me habían regalado para navidad, ellos sabían que muchas veces me olvidaba de comer y hasta de tomarme una taza de café por cumplir con mi trabajo.
Serví el elixir revitalizador en una taza para llevar, abrí la puerta y llame el ascensor a toda velocidad. Se abrieron la puertas marqué planta baja, y antes de que estas cerraran de nuevo me percate que había olvidado mi teléfono celular, corrí dentro del apartamento, no podía irme sin el, sin él no puedo sobrevivir un sólo día.
Ya en el carro, cual meteoro aceleré, la calles cercanas mostraban cierta fluidez, que emoción pronto llegaría a la oficina y dejaría de sonar el teléfono. Sin embargo, mi alegría no duro mucho apenas decanté en la autopista la cola era un verdadero caos. Aparentemente, todos los conductores iban tarde igual que yo, los automóviles parecían tanques de guerra que reclamaban espacio a diestra y siniestra.
Los motorizados no ayudaban, como toros iracundos a toda velocidad pasaban por mi lado, obstruyéndome el paso para cambiarme de canal. Era muy tarde, las agujas del reloj infatigables se movían a toda velocidad. Por la radio, describían el tráfico como un estacionamiento. El canal contiguo se movía más rápido, así que decidí bajar el vidrio y sacar la mano para pedir paso.
Para mi sorpresa, un motorizado de detuvo un me ayudo a cambiar de canal, le sonreí amablemente termine de enderezar el carro en mi nuevo lugar, cuando iba a subir el vidrio el motorizado estaba de nuevo a mi lado, sólo que esta vez sus intenciones no eran ayudarme, el arma que apuntaba hacia mi así lo demostraba.
Justo en ese instante, sonó el celular, el hombre afincó sobre la puerta y lo tomó mientras yo de igual forma intentaba llegar a él, nuestra manos iniciaron una pugna por el aparato, hasta que algo caliente ardía en mi estomagó, solté el teléfono y lleve mi mano al estómago.
Poco a poco mi vista se nublo, mis brazos se entumecieron y empecé a sentirme muy cansada. No se que sucedió luego, solo se que de un momento la herida ya no me causaba dolor, ni me costaba respirar. Lo que dije esta mañana era cierto. No puedo sobrevivir un solo día sin mi teléfono celular.
Vídeo Aficionado
Motorizados en la Autopista Francisco Fajardo
Caracas, Venezuela

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